ECC ha publicado ya en España los dos primeros números de su colección sobre el traslado de Batman al manga llevado a cabo por Eichi Shimizu y Tomohiro Shimoguchi y toca darle una vuelta a las primeras impresiones.
He empleado el término “traslado” en lugar de “reinvención”, “relectura” o “reconstrucción” porque los creadores han acertado a poner en el centro de esta propuesta precisamente ese concepto de viaje de una cultura visual a otra. Es como si Batman y toda su mitología forjada en el cómic estadounidense simplemente hubieran hecho las maletas para viajar de un país a otro y visitar las viñetas del manga, con todo lo que eso supone de adaptación a otro juego de códigos, pero sin perder su personalidad.
Así es como, al menos en estos dos primeros números, y tanto desde el guion como desde el dibujo, este Batman Justice Buster, se convierte en una escuela de adaptación de códigos de un lenguaje a otro, demostrando que, en muchos aspectos significativos, los mundos del manga y del cómic americano, como los del cómic americano y el cómic europeo, ya que estamos en ello, son mundos perfectamente diferenciados, aunque al final del día todo sea en su conjunto comic.
Digamos que las viñetas mantienen su personalidad por encima del andamiaje esencial de junto al que se construyen las fábulas que las habitan.
Estamos aquí ante un caso claro de mismos temas, distinto lenguaje visual. Por ejemplo, no hay que profundizar mucho para percatarse de que en este manga sobre Batman los blancos se imponen sobre los negros, al contrario de lo que suele ocurrir en las versiones estadounidenses de Batman. ¡Hasta los batarangs son blancos!
Esta inversión del peso de los blancos y negros en el dibujo, que reformula los espacios en los que se desarrolla la trama y me hace pensar en un expresionismo construido a la inversa, desde la luz y no desde la oscuridad, que desnuda la verdad de los personajes ante el lector, va más allá de la obvia adaptación a la publicación en blanco y negro en lugar de en color, y de hecho así lo muestran las páginas en color que encontramos en la apertura del primer número, donde los blancos son sustituidos por amarillos y naranjas para ser la alternativa de los blancos en las viñetas siguientes, oficiando no solo como poderoso refuerzo de los negros, que se mantienen en ambos casos, sino, más allá de eso, convirtiéndose en el equivalente de las sombras que arrastran los personajes.
En la Batcueva las paredes habitualmente oscuras del cómic estadounidense se visten de un blanco que plantea ese juego de inversión de las sombras y al mismo tiempo aíslan aún más al personaje de Bruce Wayne incluso del ser humano que le resulta más cercano, ese padre alternativo al padre perdido que es Alfred, mostrando el conflicto existencial que arrastra el protagonista.
Ese blanco que aísla es también materialización de la soledad desde la absoluta desconfianza que muestra Wayne hacia los seres humanos y se manifestará en animadversión e imaginación con pesadillas, en lugar de alianza, con ese Clark Kent, Supermán, que además da una pista sobre el juego de blancos y negros en la trama, apareciendo desde la mirada de sospecha de Wayne rodeado de sombras amenazadoras. Tendremos así, en el duelo de blancos y negros, esos blancos que imponen la traducción de las sombras desde la mirada del espectador, y la introducción diferenciada de las propias fobias, miedos y desconfianzas de Wayne hacia todo lo que le rodea, derivadas de la tragedia del asesinato de sus padres que sufrió en la infancia.
Que Wayne afirme necesitar un compañero ante la mirada triste de Alfred, que es su verdadero compañero, aunque el protagonista no lo perciba, y que Wayne crea encontrar ese compañero en la Inteligencia Artificial a la que ha bautizado como Robin, introduce ese tema central de definición del conflicto de Wayne/Batman: la desconfianza que lo lleva a la soledad más absoluta y desgarradora en tanto que le impide acercarse a sus prójimos.
Ese blanco dominante se convierte así en una especie de muro que el protagonista ha levantado a su alrededor para aislarse de nuevas pérdidas, tema que queda ampliado y completado con esa versión variante de Capucha Roja, o ese otro niño enfrentado al dolor de la pérdida del relato que, como el Joker, que son y no son al mismo tiempo los personajes que conocemos y nos plantean una saludable dosis de renovación de la intriga porque realmente no sabemos qué va a ocurrir con todos ellos.
En ese sentido, la primera entrada en la Batcueva es un buen resumen de la manera en que se concibe este ejercicio de traslado o viaje de Batman al universo del manga, en sus muy significativos detalles.
Es la presentación de ese tema de la desconfianza que define a Bruce Wayne y de la entrega de este a la Inteligencia Artificial, precisamente por todo lo que tiene de no-humano, está articulada en dos páginas, la primera una viñeta-página que nos muestra la vulnerabilidad y fragilidad de un Wayne minúsculo, aislado en su cueva, y la segunda en un panel compuesto por cuatro viñetas horizontales donde se juega con el punto de vista y el cambio de eje para conseguir un punto máximo de inmersión de la mirada del espectador en el cara a cara de Wayne con Robin, jugando, detalle importante, con el escorzo de Alfred, que es el personaje que sirve como espejo reflejando en la trama las sospechas del espectador frente a la I.A.
En las dos páginas siguientes brota el texto en una tormentas de bocadillos de diálogos que imponen la doble coreografía de las palabras y las imágenes, ejercicio brillante que casi abruma al espectador por su fuerza de conceptos, rematando ese intenso duelo entre palabra e imagen, perfectamente equilibrado, con un detalle brillante, las dos viñetas finales de la segunda página, en la que Alfred queda en segundo término, ejerciendo su habitual papel de “conciencia” o Pepito Grillo de Bruce Wayne, que al mismo tiempo lleva al personaje a materializar las dudas del propio lector, y un Wayne en primer término cuyas ambiciones y necesidades de convertir a la I.A. en un compañero no humano que lo ayude en su cruzada para proteger la ciudad de Gotham se revelan como obsesión haciendo que el bocadillo de texto tape el rostro del personaje.
Otro aspecto interesante es la manera de forjar desde la cinética de los momentos de acción y la composición de las viñetas. Y esto va más allá de la obvia diferencia del sentido de lectura para entrar en el territorio más interesante de cómo se desarrolla el tiempo dentro del relato. Nuestra manera de leer es distinta y no solamente por el cambio en el sentido de la lectura.
La manera de leer es distinta por el tiempo que dedican nuestros ojos a cada viñeta ya desplazarse por el panel. En el comic occidental nuestra mirada parece tener prisa por pasar a la siguiente viñeta moviéndose con un frenetismo que las viñetas japonesas frenan, a pesar de que, a priori, podríamos pensar que es justo lo contrario, que el manga nos invita a saltar más rápido de una viñeta y de una página a otra. La clave está en los detalles. Pero no se confundan, no es que haya más detalles en el cómic estadounidense que en el manga. Es que los detalles, que son muchos en ambos casos, conformando tanto en las viñetas y páginas estadounidenses como en las del manga auténticas tormentas de información para el lector, están concebidos de manera distinta.
En este manga el detalle se trabaja desde una austeridad que presta mayor fuerza y robustez al conjunto de la historia y desde la cual se invita al lector a moverse por la misma con más reflexión que curiosidad.
Nuestra mirada habitualmente curiosa, inquieta, hambrienta de detalles, se ve en cierto modo inicialmente por esa austeridad dominada por el blanco, que rodea a los personajes en todo momento como si los atrapara en un vacío generado por sus propias dudas, sombras, culpas y conflictos, y la palabra, los bocadillos, los diálogos y las descripciones, se reducen para dejar espacio al lector en su papel como receptor desde la elipsis, concentrando su mirada en lo esencial sin distraerla con un intento vano de reproducir una realidad trasladándola al dibujo.
La aparente sencillez del manga que reduce y reniega de la sobrecarga sensorial que nos propone el cine occidental se convierte así en aliada de un protagonismo de la imagen sobre la palabra, generando una especie de tiempos muertos en la viñeta y en la página que funcionan como elipsis, imponiendo otro tiempo y consecuentemente otro movimiento a la historia.
Miguel Juan Payán